Solamente tu y yo

Solamente tu y yo

sábado, 10 de diciembre de 2011

Capítulo 10:

Un fuerte golpe seco me sacó de mi sueño. Busqué a tientas el cuerpo de Seth, pero antes de darme tiempo a ponerme histérica me cogió de las manos y me susurró al oído.
-Shh tranquila sigo aquí - dijo mientras me abrazaba
-Has escuchado ese ruido? Qué ha sido eso?- pregunté acurrucándome en su pecho.
-No lo sé, a mí también me ha despertado. Espérame aquí, vengo ahora- respondió mientras salía de la cama y buscaba una chaqueta.
Le agarré fuertemente de la mano antes de que se marchara.
-Prométeme que no te pasará nada, vale?
-Te lo prometo- me besó en la frente y se fue. Minutos más tarde escuché como se abría y cerraba la puerta de la entrada.
Escuché nos pasos cerca de la casa, busqué en la oscuridad la cortina de la ventana y la corrí un poco. Todavía era de noche pero la luz de la luna era tan intensa que permitía poder distinguir las sombras del bosque bastante bien.
Justo en frente, a varios metros estaba Seth con una pequeña linterna. Peté en la ventana y a pesar de estar bastante lejos me escuchó y dirigió el foco de la linterna hacia mí, alumbrando parte de la habitación.
Le saludé y me envió una tierna sonrisa, que en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en una pálida cara con la mirada puesta justo en algo que estaba detrás de mí.
Sentí el cálido aliento de algo en mi nuca. Giré el cuello y mis ojos de encontraron con el hocico de un enorme lobo de dorados ojos y claro pelaje.
Su tamaño era impresionante, era casi de mi altura y su enorme boca enseñaba una perfecta fila de perfectos dientes con aire amenazante.
Empezó a gruñirme, me eché hacia atrás todo lo que pude, pero pronto encontré la pared.
Comenzó a olisquearme de la cabeza a los pies. El húmedo contacto de su hocico me hizo estremecer y chillé.
El pomo de la puerta se giró pero la puerta estaba cerrada. Se empezaron a escuchar golpes, la puerta temblaba y hacia retumbar las paredes.
-Cat… Caaaaat…Aguanta…-Gritaba desde afuera Seth.
Poco a poco los golpes iban cesando hasta llegar al punto en el que pararon por completo. El lobo dejó de olisquearme y se acercó aun más a mí.
-Ayudaa! Por favooor…- le pegué una patada en el hocico con la esperanza de que se asustara y se alejara. Pero apenas retrocedió tres pasos y lo único que conseguí fue enfadarle más.
Se agazapó, listo para atacar en cualquier momento. Me acurruqué en la esquina, debajo de la ventana.
Saltó hacia mí, cerré los ojos y esperé.
La ventana se rompió y pedazos de cristal llenaron el suelo. Abrí los ojos, no estaba muerta.
En la habitación había dos gigantescos lobos. Uno de ellos, el de oscuro pelaje y de mayor tamaño estaba encima del otro, gruñéndole y mordiéndole mientras el pequeño gemía de dolor.
A pesar de la clara desventaja este seguía insistiendo. Intenté levantarme, pero como tenía las piernas entumecidas tuve que apoyarme en algo, con tan mala suerte de agarrarme a la ventana y cortarme la palma de la mano.
Hubo unos segundos de confusión, los ruidos cesaron y los dos lobos se quedaron mirándome fijamente.
El pequeño aprovechó para arremeter con gran violencia contra el grande, empujándolo contra la pared, dejándolo casi inconsciente y sin apenas poder respirar.
Sus plateados ojos me gritaban que corriera, que huyera, pero no podía dejarle allí tirado.
Saltó hacia mí, me empujó y me tiró al suelo. Perdí la consciencia por unos segundos. Cuando la recuperé los afilados dientes del lobo casi rozaban mi piel.
Con la mano ensangrentada busqué por el suelo algún pedazo de cristal con el que defenderme. Abrió la boca, listo para morderme.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Capítulo 9:

-Espera – suplicó- por favor…
Me di la vuelta y me encontré con sus preciosos ojos plateados, brillaban, todo su cuerpo temblaba y su expresión era la del mismísimo miedo. En aquel momento parecía tan vulnerable que no me pude contener más y me lancé a sus brazos para besarle y abrazarle con tanta ternura y ansias como nunca antes había hecho.
Su cara de sorpresa era casi tanta como su deseo de seguir besándome. Me agarró por la cintura, y poco a poco mientras nos besábamos me metió dentro de la casa y cerró la puerta.
Me apoyó contra la pared y apoyó las palmas de sus manos a los lados de mi cabeza. Me besó el cuelo y me susurró al oído “no me vuelvas a hacer esto otra vez, no te marches nunca”. Le respondí con un simple vale, en aquellos momentos mis labios tenían otro propósito y ponerse a hablar y a discutir no estaba en sus planes.
Sus manos bajaban delicada y sensualmente por mi cintura, mientras yo me aferraba a él y le revolvía el pelo con las manos.
Poco a poco nos fuimos acercando a su habitación, hasta que llegamos y me empujó hacia la cama, colocándose encima de mí.
Mientras sus manos buscaban ansiosamente el botón de mi pantalón y me besaba ferozmente las mías trataban de quitarle la camiseta.
Nos giramos y esta vez me puse yo encima. Mientras él me quitaba con cuidado la camiseta yo le bajaba los pantalones.
Me apoyé en su pecho, era tan cálido… me recordaban los rayos de sol penetrando en mi piel aquel verano hacía ya muchos años en Florida.
Me estiré a su lado y se volvió a poner encima de mí. Sus besos fueron descendiendo desde mi boca hasta mi oreja recorriendo toda mi mandíbula y haciéndome estremecer. De ahí bajaron por mi garganta hasta la clavícula y siguieron descendiendo…
Me desperté horas más tarde con el presentimiento de que alguien me observaba. Intenté dormir un poco más pero no lo conseguía así que decidí abrir los ojos y desperezarme.
Estaba acurrucada en su pecho, me observaba atentamente, posiblemente lo llevaba haciendo desde hacía un buen rato. Pensar en eso me hizo ruborizar y tapé mi cara con las sábanas.
-Buenos días cariño- susurró mientras apartaba las sábanas de mi cara- no te escondas me encanta cuando te ruborizas- y me lanzó una de esas miradas que quitan el aliento.
-Buenos días- respondí todavía más ruborizada que antes. Apoyé la cabeza en su pecho mientras bostezaba.
Me besó la frente y posó su mano en mi espalda. Por más que lo intetara tenía tanto sueño que poco a poco se me fueron cerrando los ojos.
-Duerme todo lo que quieras perezosa- dijo mientras me apartaba un mechón de pelo de la cara y lo ponía detrás de mi oreja.-Te quiero.
Con una sonrisilla en los labios me dormí con esas palabras y soñé con ellas tanto tiempo como fui capaz de dormir.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Capítulo 8:

Allí no había nadie, así que di un paso y asomé la cabeza hacia fuera. Recorrí todo el patio con la mirada, y de repente mis ojos se toparon con un pequeño bulto que sobresalía de la lisa madera del porche. Allí junto a un gran charco de sangre había un gran lobo de pelaje oscuro.
Tenía la pata izquierda herida por lo que parecía una rozadura de bala. Tenía que ayudarle, no podía dejar que le pasase algo y que se muriese así, sin ayuda. Fui al baño y rebusqué por todos los cajones buscando toallas limpias. A pesar del miedo que tenía y los feroces rugidos que lanzaba cada vez que me acercaba, reuní el valor suficiente para acercarme a él y enrollarle la pata con la toalla, con cuidado de no hacerle daño.
Saqué fuerzas de donde pude y cogí al enorme animal en brazos. Intentó morderme cuando le toqué pero empezó a gemir de dolor. A pesar de la mirada amenazante con la que me observaba allí tirado en el suelo su cuerpo pedía agritos ayuda. Lo llevé hasta la habitación y lo deposité en la cama.
Lo estaba poniendo todo perdido de sangre pero en aquellos instantes no había momento para aquellas tonterías.
Fui corriendo al baño a buscar una venda, que por suerte no tardé en encontrarla. El lobo se tragó su orgullo y me dejó curarle. No sabía muy bien cómo hacerlo, pero le eché un poco de agua para limpiarle la herida y alcohol.
Cuando terminé de vendarle quite con cuidado las sábanas sucias y puse unas nuevas con las que le tapé. Mirando de vez en cuando para atrás para asegurarme de que seguía allí, fui a la cocina para traerle un poco de agua y comida.
Encontré un poco de carne picada en la nevera y la eché en un gran cuenco y en otro eché agua fresca.
Cuando llegué a la habitación el lobo ya no estaba, en su lugar se podía apreciar el cuerpo desnudo de un hermoso joven de pelo negro al que las sábanas apenas tapaban su esbelta figura.
Frené en seco, empalidecí, no era capaz de respirar, el corazón no respondía. Entré en una especie de shock. Los cacharros me resbalaron de las manos y mis piernas fallaron y me hicieron caer al suelo.
El joven ante tal estruendo se dio la vuelta y en un movimiento tan rápido que fue casi apenas imperceptible me cogió por los hombros e impidió que me diera en la cabeza con el suelo.
Poco a poco fui perdiendo la consciencia, mientras mis ojos miraban hacia todas partes, pero lo único que encontraban eran unos preocupados ojos grises que los miraban fijamente.
Me desperté horas más tarde arropada por la oscuridad de la noche. Pensé que había sido un mal sueño pero el fuerte olor a animal que impregnaba las mantas decía lo contrario.
Cuando mis ojos de adaptaron poco a poco a la oscuridad me di cuenta de que no estaba sola. A mi lado estaba Seth que me observaba con detenimiento como si estuviera a la espera de una asustadiza reacción de mi parte, y me agarraba la mano suavemente con la esperanza de que no saliera corriendo.
Y no lo hice, tenía miedo, pero mi curiosidad era todavía más grande. Me senté en la cama y encendí la pequeña luz de la mesilla.
Qué se supone que había pasado? Deseaba que todo hubiese formado parte del sueño, pero la venda que horas antes le había puesto a un gran lobo de oscuro pelaje y ojos plateados en la pata izquierda y que ahora había sido reemplazada por un brazo de un humano confirmaba lo que mi mente trataba de ocultar.
Todavía estaba en una especia de nube, pero ahora estaba segura de que no me volvería a desmayar.
Posé mi mirada en la suya, pero rápidamente rehuyó. No se sentía capaz de mirarme a los ojos. Ahora era él el que huía de mi mirada y yo buscaba la suya, implorando a gritos respuestas que ni siquiera sabía si quería escuchar.
Reuní todo el coraje que pude y me dispuse a formular mis preguntas.
-Qué eres? – pregunté sin rodeos, aunque ya intuía la respuesta quería que la confirmase, que me asegurara que no me estaba volviendo loca.
Sin respuesta alguna se levantó de la cama y se dirigió a un pequeño armario para vestirse.
Con la cara roja de vergüenza y frustración porque no me había hecho caso sañí de la habitación aguantando las crecientes ganas de echar una miradita.
Le esperé en la cocina y en escasos minutos entró para comer algo. Volví a hacerle la misma pregunta, pero seguía sin obtener respuesta.
Cansada cogí unos de los cuchillos más grandes del primer cajón que abrí y le apunté con él.
-Muy bien, me vas a responder ahora? Y no me ignores, porque te juro que te corto!- chillé al borde de un ataque de nervios acercándome cada vez un poco más.
Posó su dedo en el chuchillo y lo deslizó sobre el filo cortándose y dejando un rastro de sangre que impregnaba el aire con un olor parecido al óxido. Al mismo tiempo, aprovechando mi confusión fue bajando poco a poco el cuchillo hasta que dejo de apuntarle y me lo quitó de las manos.
-Así mejor- contestó con voz arrogante- Aquí el que pregunta soy yo, por qué saliste afuera? Tan difícil te resultaba quedarte dentro tranquila y a salvo! En que piensas? Es que no te das cuenta de que te podrían haber hecho daño, de que yo te podría haber echo daño…
-Si tanto te molesta me voy! Ni siquiera sé que hago aquí, déjame!- grité mientras lloraba y cogía mis cosas para largarme de allí ahora mismo. El me observaba sin saber cómo reaccionar, comenzó a temblar casi tan fuerte como aquella primera vez.
Sin volver la vista atrás ni decir adiós abrí la puerta y me encaminé hacia la profundidad del bosque. Pero cuando apenas había dejado atrás el porche unas calientes y fuertes manos agarraron mis muñecas.