Solamente tu y yo

Solamente tu y yo

martes, 20 de septiembre de 2011

Capítulo 2

Todavía no había amanecido cuando me desperté. Como todavía no tenía hambre decidí seguir caminando.
Nunca había estado en aquella parte del bosque, tan alejada del pueblo, estaba completamente desorientada y no sabía qué dirección tomar, así que decidí seguir recto, en dirección contraria a la que había llegado a aquel acogedor claro.
Después de caminar durante varias horas más, encontré otro claro muy parecido al anterior, se podría decir casi igual.
Estaba cansada así que me senté en el pequeño tronco de un árbol, que había sido talado. Empezaba a tener un poco de hambre así que comí un poco de chocolate para reponer fuerzas y poder seguir avanzando.
Cuando estaba recogiendo todo, y estaba lista para ponerme en marcha escuché un ruido que provenía de los matorrales situados junto detrás de mí.
El corazón comenzó a latir con fuerza, parecía desbocado, con la intención de salir de mi pecho y huir. Me di la vuelta, temerosa de lo que podía salir de allí. Tal vez estuviera exagerando, puede que fuera una pequeña ardilla o un ratón de campo, pero estaba tan asustada que las ideas cuerdas no llegaban a mi cabeza.
En el pequeño matorral me pareció ver la oscura silueta de un feroz lobo, pero parecía demasiado grande para serlo, y estaba demasiado asustada para pensar con claridad, puede que fuera la imaginación que me estuviera jugando una mala pasada.
Cada vez se acercaba más, sus pasos eran cautelosos pero decididos. Quería correr pero las piernas no me respondían y estaba demasiado cansada. El suave ronroneo de un depredador que observa a su presa antes de ser devorada llegó a mis oídos.
Los  únicos movimientos que conseguí hacer fueron dar dos pasos hacia a atrás pero cuando me disponía a dar el tercero el pie se me engancho en una gruesa raíz que sobresalía y caí.
No tuve tiempo para reaccionar y no me pude agarrar a nada, lo que provocó que la intensidad del golpe fuera aún mayor. Caí de espaldas golpeándome la cabeza contra el duro suelo de piedra.
Comenzaba a perder la consciencia, pero la mantuve el tiempo suficiente para escuchar como algo salía de los matorrales y se acercaba a mí con sigilosos pero decididos movimientos.
Cada vez me costaba más mantener los ojos abiertos, no tardaría mucho en desmayarme.
Lo último que conseguía recordar, era como una silueta con forma humana emergía de la oscuridad del bosque y se abalanzaba sobre mí.
Unos segundos más tarde unos intensos ojos gris plata me estudiaban con detenimiento a escasos centímetros de los míos.
Instantes más tarde no pude soportarlo más y me desmayé.
Cuando volví a recuperar la consciencia ya no me encontraba en medio del bosque. Quizás todo había sido una pesadilla, pero al estudiar el cuarto con detenimiento me di cuenta de que aquel no era mi acogedor dormitorio.
Más bien parecía una habitación sacada de una antigua casa de campo de madera, pero por lo menos la cama era muy cómoda.
Intenté incorporarme, pero me provocó un dolor tan intenso en la cabeza que hizo que volviera a perder la consciencia.
El inconfundible olor a tortitas recién hechas me despertó acompañado del suave repiqueteo de la lluvia al chocar contra el cristal de la ventana que se encontraba al lado izquierdo de la habitación.
Escuché como una de las puertas sitiadas en el estrecho pasillo que conectaba el dormitorio con la salida se abría y cerraba y de ella salía alguien.
Cerré los ojos temerosa de lo que allí me podía encontrar, e intenté hacerme la dormida, pero mi estómago tenía otros planes y mis tripas comenzaron a rugir con fuerza.
El sonido casi imperceptible de una carcajada llegó a mis oídos, mezclándose con el de la lluvia.
-Buenos días- una aterciopelada y jovial voz que provenía de uno de los rincones de la habitación me obligó a abrir los ojos. Su voz me resultaba familiar, como si ya le conociera, pero al mismo tiempo era distante, ajena.
Cuando los abrí me encontré con la mirada más hermosa que jamás había visto. Se había sentado en uno de los laterales de la cama, muy cerca de mi cuerpo y su cabeza estaba e escasos centímetro de la mía.
Unos  intensos e inocentes, pero al mismo tiempo atrevidos ojos grises clavaron su profunda mirada en mis verdes ojos, hipnotizándome.
Sus cabellos eran lisos, y de un negro tan oscuro como la noche, que contrastaban con su pálida tez, confiriéndole un aire misterioso.
El pelo le caía en cascada hasta casi la altura de los ojos y estaba peinado hacia un lado, lo tenía bastante largo, pero no mucho.
Tendría unos 17 años y era muy guapo, la fiereza de sus rasgos le confería un atractivo aún mayor, y sus felinos ojos grises lo hacían muy tentador.
Pero a pesar de todo esto, a pesar de sentirme atraída por aquel desconocido, tenía miedo, no estaba segura, ni siquiera sabía cuáles eran sus intenciones. Estaba asustada y el pareció advertirlo, pues se separó de mí una centímetros.
Aún existía una escasa y comprometida distancia entre él y yo, pero ahora me sentía más segura y aliviada, y mi mente comenzaba a funcionar con claridad.
Aclaré la garganta y me dispuse a empezar con el interrogatorio. Miles de preguntas se apelotonaron en mi mente, pero me sentía incapaz de pronunciarlas. De mi boca no surgió ninguna palabra, ninguna sílaba, ni siquiera un simple sonido.
Cerré los ojos e inspiré profundamente intentando relajarme y conseguir el coraje suficiente para que el torrente de preguntas que ahora ocupaban mi mente saliesen a la luz esperando su respuesta.
Cuando me sentí preparada abrí los ojos a la par que la boca, pero justo en ese instante el delicioso olor de las tortitas inundó de nuevo la habitación y mi estómago volvió a rugir.
Casi se me había olvidado el hambre que tenía y cuando observé por el rabillo del ojo como aquel extraño muchacho intentaba ocultar una carcajada, me ruboricé. Lo que empeoró las cosas y estalló en una sonora carcajada.
Iba a empezar a hablar y a protestarle, quería decirle un par de cosas pero se levantó y desapareció por una de las puertas del pasillo.
Minutos más tarde una de las puertas se abrió y de ella salió un atractivo adolescente que llevaba un gran plato de tortitas cubiertas de chocolate y en la otra mano un vaso de zumo de naranja.
Se me hizo la boca agua, y mi estómago volvió a rugir por tercera vez, que vergüenza. Nunca había pasado tanta hambre y devoré las tortitas tan pronto como las puso delante de mí.
Su intensa mirada, clavada en mí cada segundo, sin aparte ni siquiera un solo segundo, me intimidaba e inquietaba, pero tenía demasiada hambre como para entretenerme con chorradas, así que olvide todos los modales de cómo comportarse como una señorita en la mesa que tanto se habían esmerado en enseñarme y devoré las tortitas en escasos minutos. Me daba igual que se riera de mí, ni siquiera le conocía y él tampoco me conocía a mí, aunque en mi mente flotaba un vago recuerdo de haber visto antes aquellos increíbles ojos.

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